Mariela sentada en un patio en Cartagena, hace 28 años.
Probablemente se aburran, porque el tema de mi entrada mil será repetitivo. Solo que esta vez, por fin encontré un par de fotos para ilustrar.
Hoy pienso en que la razón de ser de este blog cambió mucho. Comenzó siendo un documento para sistematizar el proceso de desescolarización. Ante una tragedia familiar, se convirtió en un diario de actividades de mis hijos para que los abuelos ausentes, pudieran saber. Y finalmente, a raíz de mi separación de Mario, por los último años ha sido un diario de mi vida como mamá y mujer. Con sus sostenidos y sus bemoles.
Hasta qué punto somos la repetición de nuestra crianza al criar, no ha sido descrito suficiente. Peleo conmigo cada vez que disciplino. Recuerdo mucho las caricias, los olores del regazo de Mariela, abrazarla en las noches con pesadillas. Recuerdo además que gritaba amenazante cuando yo hacía algo malo..."me mojo las manos!". Es decir que también me regañaba.
Pero no logro establecer una relación adecuada con los chicos. Ni con nadie. Exijo demasiado. Entiendo emocionalmente lo abusivo que fue conmigo el parámetro de exigencia de perfección que estableció mi abuelo para mi y para mi mamá. Puedo reconocer en nuestras cicatrices psicológicas el daño que causó que nunca hacíamos lo suficiente. Y aquí estoy frente a Rodrigo y Rosario, exigiéndoles lo mismo. Para todo.
Le tengo pánico a la mediocridad, como mi abuelo. Soy agresiva y violenta, como mi abuelo. Soy juzgona y feroz con las palabras, como mi abuela. Afortunadamente no pego.
No encuentro con certeza el lugar de nuestras virtudes. Sé que los tres gozaron de irrepetible inteligencia. Que mi abuela fue y es una mujer tan valiente y vanguardista, que su mundo la rechazaba. Que mi mamá era un gran trabajadora. Pero carecimos los tres de dulzura. Por eso hoy aún se me aguan los ojos cuando mi papá me llama y me habla como bebé. Lo hace! Y yo también. Aquí debajo de estas miles de capas de dureza aún queda una niña tierna contradiciéndo a una amiga en facebook que me atravesó con el comentario, "no queda nada".
Desde chiquita aprendí a defenderme de lo que más quería. Del abandono y el incumplimiento de mi padre. De la exigencia angustiosa de mi abuelo. De la dureza egoísta de mi abuela. De la diferencia de clase social con Mariela. De la diferencia de clase social en el colegio. De la soledad a punta de libros. Solo que aprendía defenderme pero no me defendí. Todo me pasó. Y capitalicé ese conocimiento ya grande, con los abandonos, los desaires y los dolores de crecer. Con el desamor, el desánimo y la traición de amigos y amores. Creé desde pequeña unos anteojos que me permiten ver la realidad con miedo a que se rompa. Y las gafas de Utopía que creé en paralelo me muestran siempre la realidad de lo que "debería ser" no de lo que es. Y por eso nunca llego, nunca llega nadie, nunca damos la talla. Es la cara oscura de la moneda de la soñadora. No todo puede ser un sueño, ya que nunca verás nada cumplido...no se si me explico.
Y tal vez sea eso lo que me esté destruyendo desde dentro. He hecho todo lo que puedo para cambiar. Hoy le contaba a Rodri, que yo no quería tener hijos. Que ellos solo habían surgido como proyecto al encontrarme con un hombre que me dio felicidad, y serenidad y calma. Y que mi mayor defecto era no poder dotarme de serenidad y felicidad a mi misma. De siempre necesitar un regulador de comportamiento...
Estas 1000 entradas prueban solo una cosa. Que lo he intentado. Este blog está hecho para que cuando mis hijos me cobren sus dolores, las equivocaciones que se cometen y que se convierten en heridas de por vida, ante esta abismal responsabilidad de criar, sepan que yo sabía cuando lo hacía bien, cuando no, cuando como hoy me quedaba grande todo.
El mensaje es que criar requiere de una fortaleza emocional de la que carezco. Fui huérfana. Y abusada. Y abusadora. Soy víctima y victimario. Y quisiera quitarme esta carga, como Frodo. Quisiera que no me hubieran dado este anillo para cargar. Tal vez no debí tener hijos, no yo. HAsta no tener las cosas mías más resueltas. Sólo que ya los tuve y al tenerlos me compré la mayor responsabilidad, los niveles más altos de felicidad, me aumenté la autoexigencia, eché por la borda mil planes, y construí otros. Puse en pausa mi don de hacer posible. Y lo potencié. Puse en riesgo mi alegría, y me doté de una nueva. Perdí el entusiasmo y gané la energía de cambiar el mundo más rápido para que a ellos les toque mejor. Así yo rompa la vida cotidiana a veces.
Y llené mi cabeza de las contradicciones normales de vivir.
Y no se qué dice esta entrada mil, más que soy un humano. Y aunque pese mucho y parezca imposible, voy a intentar destruir el anillo llegando a Mordor.
Mariela, mi mamá y yo el día de mi Primera Comunión (10 de mayo de 1986). Mi abuela se recortó a sí misma porque había salido "inmunda" la foto.
Comentarios
Como siempre pasando a saludar.