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Carta de una amiga para ser publicada aquí

Juro que no la he leído. Simplemente la corté y la pegué.

Anita es una amiga que conocí en la universidad. Debo decir, nos hicimos amigas no sin contradicciones y diferencias, supongo yo que a la larga esto es lo que realmente te posibilita instalar el escenario para que los intercambios a futuro fluyan de acuerdo a las marcaciones y distancias necesarias para llevar en el tiempo un afortunado y difícilmente corruptible cariño en el corazón. Anita tuvo dos bebés. Cuando venía el primero me alegré profundamente porque al recordar sus historias familiares, y teniendo en cuenta sus reflexiones y sentimientos hacia su vida infantil, estuve segura de que ese bebé vendría a los brazos de una madre consciente del compromiso enorme que significaría acompañar a otro ser a crecer. Luego vino la nena, la conocí una vez que la llevó en el carro a saludarme el día de mi fiesta de cumpleaños número no-me acuerdo, los dos chiquitos abrían los ojotes desde adentro y yo en ellos vi gestos del papá y gestos de la mamá, que inevitablemente sumergieron en una ternura irresistible porque es como ver una versión perfecta de ambos, porque al papá también lo conocí. Casi no nos vemos desde esa época, salvo muy de vez en cuando y más que todo por casualidad, aunque dicen que las casualidades no existen, así que de ello ser cierto, algo trae para mi Anita cada vez que la veo con esa sonrisa y esas carcajadas que me llevan a otra época de la vida y me ponen sencillamente bien, a secas. De las pocas conversaciones que hemos tenido durante estos ya largos años posteriores a la era universitaria, he de decir que me encontré con una madre cuyo proyecto de vida ha resultado ser mucho más amplio que lo que se deduce del reducido y “privado” ámbito de la crianza. Un proyecto en el que coincido aún sin ser madre y sin pretenderlo aún con las suficientes ganas. La manera como entiendo el problema de la educación de los chicos/as está muy ligado a mi percepción sobre la escuela, la universidad y en general, el sistema educativo. Y para no sobrecargar este texto con largas disquisiciones analíticas que por demás muchos de los lectores del Blog entienden mejor que yo, he de decir que para mí el sistema educativo es una de las máquinas de represión y control más eficientes y sutiles de la sociedad, pero no por el tema de Pink Floyd, no, sino porque te hacen creer que si tú pudiste es porque todos pueden y te pone en función de olvidar, segregar y marginar así sea sutilmente pero, eso sí, el resto de tu vida quieras o no a los que no pasaron por la máquina, a mí lo que me traumatiza no es tanto la homegenización como el olvido de los que NO están ni estarán y el porqué. Esa educación se nos vendió en su momento como la gran promesa del modelo liberal que posibilitaría la igualación de los puntos de partida para el logro de la democracia, se nos ha venido como la gran lucha para conservar la posibilidad del desarrollo desde todos los puntos de vista posibles, defendimos las vetustas aulas de nuestra escuela, colegio y universidad con vehemencia cuando ese poco de esperanza que en la educación tuvimos –y tenemos- fue amenazada una y otra vez por quienes interesados en operativizarnos hacia las necesidades del mercado la atacaron, pero en el fondo, todos y todas aquellos que tuvimos la oportunidad de inaugurar el lote cerebral con las lecturas sobre la educación y la comunicación popular –la de “a desalambrar, a desalambrar…”- creo yo que guardamos en común alguna cierta sospecha sobre lo que la institucionalización de los procesos educativos ha hecho con la sociedad y con las mismas luchas pretendidamente emancipatorias. Me pregunto si es verdad que conservando esa pared que distingue el aula de la calle y del campo, no elitisamos aún más el conocimiento, y me preguntaré siempre si mi universidad no ha sido más bien la que hicimos con tantos líderes sociales, amigos, amigas, desconocidos, contradictores, compañeros/as con los que una y otra vez hemos ido y venido encontrándonos para repensar el mundo desde la vida cotidiana. Yo me quedo con la segunda, aunque siga necesitando pragmáticamente, como todo el mundo, las “certificaciones” de la primera para poder sobrevivirle a esa misma vida. Esto me recuerda como en primer semestre de Ciencia política una amiguita a quien hoy quiero mucho expresaba en un salón de clase cómo debíamos sentirnos supremamente orgullosos de ser parte de ese pequeño porcentaje de “privilegiados” que gozamos de la mejor educación del país por haber pasado un examen. Sus palabras me quedaron en la cabeza desde aquella época porque me latió siempre que en el marco de ese discurso optimista, ese pequeño porcentaje de tristes afortunados, tendríamos que de algún modo sentirnos un día orgullosos de dejar de ser una minoría para pasar a ser personas comunes y corrientes, como el pelado del supermercado del barrio que teniendo mi edad a la fecha de 1998 no tenía la más remota esperanza de “ingresar” a la universidad mientras me cobraba la frutica de la lonchera y yo me iba orondamente para mi enorme, verde y privilegiado campus donde tenía que sentirme muy orgullosa porque la divina providencia y la estratificación inclemente y cruel de la educación secundaria me había fraguado el milagrito de pasar el famosos examen ese. Aclaro, mi pelea no es contra la universidad pública o privada sino contra el proceso que parte y se sustenta en el confinamiento institucional miserablemente excluyente, y de paso iluso, de lo educativo a LA institución -de cualquier tipo- la que te somete a un proceso de notas, de certificaciones, de metas, y de conocimientos aislados. Y allí es donde pego con Anita, creo. Supe de los que llaman ustedes “homeschooling” por medio de ella. Me contó cómo era la vaina, cómo había que hacer un montón de esfuerzos, de los cuales el más berraco era conseguir otra gente home-schoolera que le siguiera la pita y así poder hacer combo y facilitar los procesos. Contestó mis dudas siempre con infinita paciencia pedagógica –bien del cual goza Anita de vieja data y ha pulido, me imagino yo, de tener que lidiar con tanto ignorante en la materia- , desde las dudas políticas acerca de si el método… –si es que así se le puede llamar- no terminaba volviendo a los nenes unos sifrinos inmamables elitistas medio atolondrados y autistas, o si no se les atrofiaba la socialización, o si la separación de “LA realidad” (con mayúsculas) no los iba a terminar de joder peor, que mirara el ejemplo de los hijos de Estanislao Zuleta lo que decían, pasando por temas de orden económico y de nuevo ¿qué tan viable es como opción para muchos y no para dos y tres nenes sifrinos (bueno, no, ya habíamos quedado que no se iban a sifrinizar), que si no era bacano el Merani, o el método de la EPE, o el mega experimental intelectualoso, o el otro, o aquel, y al final muy sinceramente la más grave y sentida de mis dudas: ¿cómo carajos haces para trabajar y velar por el delicado, acrobático y quirúrgicamente delicado método de organización cotidiana de dos micos y cien mil obligaciones con las que lidia una mamá soltera? Tampoco me quiero meter en terrenos que merecen reflexiones pedagógicas de orden superior y elevado. Yo me quedé en Mclaren y con el buena Marco Raúl Mejía y hasta ahí, así que no tengo mucho que decir salvo que la educación para mi sigue siendo un tema de la vida misma, que educar a los chicos fuera de la institución es una apuesta valiente y creo yo, popularizable en amplios sectores en donde la escuela es antieconómica (me refiero a la economía casera), enferma a los nenes, los vuelve mierda matoneados por ahí o matoneadores de otros, los somete al escarnio de la estratificación de la nota, los separa de su red vincular y de apoyo, desemocionaliza el crecimiento, y contrariamente a lo que uno podría pensar, disminuye el sentido de lo público antes que estimularlo. Creo yo que con ese ingenio del que habla Ana, varios manuales se podrían escribir, manuales populares, que demuestren como es la interacción con el barrio, con la ciudad, con el campo, con los viejos no profesores pero si sabios/as, y en general con los territorios, lo que le da sentido al proceso educativo, un sentido hacia afuera, ese afuera donde hay tanto joven en las cajas de los supermercados de barrio cuando están de buenas, porque los otros están en la calle buscándole la vuelta al día, mirando en qué se meten… y hay tanta oferta macabra para ellos y ellas por estas épocas sanguinarias…. Para finalizar, creo que la clave se encuentra en el territorio, en la apropiación del entorno, en la desinstitucionalización tanto de las prácticas educativas como de la misma crianza, en la generación de lazos de solidaridad y de confianza, en reconocer que la movilidad es un rasgo de estas generaciones que vienen, que el que está en un solo lugar pierde en elaboración y re-elaboración del sentido de la transformación de la realidad, que solo reconociendo los saberes que se encuentran escondidos detrás de cada rinconcito de la realidad cercana se re-humaniza la educación y se restituyen valores en los que todavía somos bastantes los que creemos, como que la justicia social sigue siendo un sueño que es legítimo heredarle a los chicos y chicas. Colombianos y colombianos, muchas gracias.
Astrid Cañas C.

Comentarios

Unknown dijo…
Amiga
Me sonrojo. Y me da una alegría una cosa por allá adentro mío que subyace y es que mi esfuerzo por ser coherente se ve un poco, reflejado en mi cotidianidad que aunque difícil y contradictoria, es como ese barquito que tripulo en altamar igual ne medio de la tormenta, con buenos vientos, y en la quietud del verano...

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