Entró por la puerta con esa mirada diciente y reveladora. Las comisuras de sus labios se arqueaban con picardía. El brillo de su semblante revelaba más de lo que ella hubiera deseado.
Deseaba. Era cierto. Había olvidado el sabor intenso del deseo. En medio de la franca desvergüenza que había caracterizado su encuentro, descubría que la vida se alojaba en el intersticio entre pasión y deseo; ese límite aciago.
A pesar del tiempo y de las múltiples circunstancias que impedían certezas, habían creado una especie de mito fundante que les permitía reconstruir con palabras, miradas y tactos, toda la estructura de su relación. Entre más imposible más cierta. Entre más impertinente, más afanosa. Entre menos moral, más espiritual.
Deseaba. Era cierto. Había olvidado el sabor intenso del deseo. En medio de la franca desvergüenza que había caracterizado su encuentro, descubría que la vida se alojaba en el intersticio entre pasión y deseo; ese límite aciago.
A pesar del tiempo y de las múltiples circunstancias que impedían certezas, habían creado una especie de mito fundante que les permitía reconstruir con palabras, miradas y tactos, toda la estructura de su relación. Entre más imposible más cierta. Entre más impertinente, más afanosa. Entre menos moral, más espiritual.
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