En estos días me encontré brevemente en el chat con una de mis mejores amigas de la vida. Nos vemos poco, hablamos poco; nos adoramos. Y coincidía conmigo en que la felicidad nos llega ahora como una brizna, no como un estruendo. También lo hablaba con mi otra mejora amiga, con la que hablo mucho, la que extraño como a mi respiración...hemos aprendido a vivir de una felicidad melancólica, incluso nostálgica. Las tres somos un conjunto de dolores del pasado, que ante la adversidad de la vida, encaramos con toda las bellezas de las que somos capaces. No recuerdo conocer un trío más poderoso que cuando nos encontramos una vez las tres en Cartagena. Éramos las mujeres más invencibles y felices del planeta. Y ahora, madurar un poco la idea, aunque nos quita de la cabeza la noción de que la felicidad es equivalente a la alegría, nos da la satisfacción de vernos en la vida y sabernos felices. Felices que no implica sin conflictos, o sin defectos. O sin áreas de mejora. Felices porque somo...
10 años de desescolarización, maternidad y feminismo(s)